A continuación expondré aquellos apartados del capítulo 9 del libro «El Inversor Inteligente» de Benjamin Graham que he considerado más oportunos, prácticos y relevantes para mi cultura financiera:
«Si quiere especular, hágalo con los ojos abiertos, siendo consciente de que probablemente acabará perdiendo dinero; asegúrese de que limita el importe que pone en juego y sepárelo por completo de su programa de inversión.
Si usted, el lector, pretende enriquecerse a lo largo del tiempo aplicando algún sistema o método de antelación respecto a los pronósticos de mercado, debería suponer que está tratando de hacer lo mismo que una innumerable cantidad de personas, y que pretende hacerlo mejor que sus numerosos competidores en el mercado. No hay ningún fundamento ni en el terreno de la lógica ni en el de la experiencia para suponer que cualquier inversor típico o medio es capaz de anticipar los movimientos del mercado con más éxito que el público en general, del que forma parte.
Estamos convencidos de que el inversor medio no puede tener éxito si trata de aprovechar las variaciones de precio en sus operaciones intentando pronosticarlas.
Prácticamente todos los períodos alcistas compartieron una serie de características bien definidas, como por ejemplo:
(1) Un nivel de precio máximo con criterios históricos
(2) Elevadas relaciones precio ganancias
(3) Reducidos rendimientos por dividendo en comparación con los rendimientos de las obligaciones
(4) Abundante actividad de especulación a margen
(5) Numerosas ofertas públicas iniciales de acciones de escasa calidad
Aparentemente la lección que se debe extraer es que cualquier método para ganar dinero en el mercado que se pueda explicar de manera sencilla y que pueda ser seguido por muchas personas es, por su propia naturaleza, demasiado simple y demasiado sencillo para que dure. La concluyente indicación de Spinoza es tan aplicable al mercado de valores como a la filosofía: «todo lo excelso es tan difícil como raro».
En general, las acciones de empresas de segundo orden fluctúan más que las de las empresas importantes, pero eso no significa necesariamente que un grupo de empresas bien establecidas, aunque de menores dimensiones, vayan a conseguir unos resultados menos satisfactorios a lo largo de un período relativamente prolongado.
En cualquier caso, el inversor también podría resignarse anticipadamente a la probabilidad, más que a la mera posibilidad, de que la mayor parte de sus participaciones en acciones aumenten el 50% o más, por ejemplo, desde su punto mínimo y se reduzcan en el equivalente de un tercio desde su punto máximo en diferentes períodos de los cinco próximos años.
Si es el tipo de inversor adecuado, encontrará satisfacción adicional en el hecho de que sus operaciones sean exactamente contrarias a las que realiza la multitud
Cuanto mejores son los resultados y las perspectivas de una empresa, menos relación tendrá el precio de sus acciones con su valor contable.
Cuanto más éxito tenga una empresa, mayores serán las fluctuaciones en el precio de sus acciones. Esto significa, a la hora de la verdad, en un sentido muy real, que cuanto mayor es la calidad de una acción, más especulativa será, por lo menos en comparación con las acciones poco espectaculares de las empresas intermedias.
Si quiere prestar alguna atención especial a la selección de su cartera, sería mejor que se concentrase en acciones que cotizasen relativamente cerca del valor de su activo tangible, por ejemplo, algo más de un tercio por encima de esa cifra. Las adquisiciones realizadas a esos niveles, o niveles inferiores, pueden conectarse con cierta lógica al balance de la empresa, y pueden tener una justificación o un apoyo independientes de los fluctuantes precios de mercado.
El mercado de valores se equivoca mucho de vez en cuando, y en ocasiones un inversor valiente que esté alerta puede aprovecharse de esos errores manifiestos. La otra es que la mayor parte de las empresas cambian de naturaleza y calidad a lo largo de los años, en ocasiones para mejor y tal vez más frecuentemente, para peor. No es necesario que el inversor vigile los resultados de sus empresas como un halcón; no obstante, sí debería examinarlos a fondo de vez en cuando.
Un inversor que permita que otros le arrastren a las estampidas o que se preocupe indebidamente por las retracciones injustificadas provocadas por el mercado en sus carteras estará transformando perversamente su ventaja básica en una desventaja esencial. Se trata de personas que estarían mejor si sus acciones no cotizasen en absoluto, porque podrían librarse de la angustia mental que les provocan los errores de juicio cometidos por otras personas.
(Sobre la metáfora de Mr Market) Las fluctuaciones de precio únicamente deben tener un significado para el verdadero inversor. Le ofrecen la oportunidad de comprar con inteligencia cuando los precios se reducen mucho, y de vender con inteligencia cuando han subido también mucho. En las demás ocasiones lo mejor que puede hacer es olvidarse del mercado de valores y prestar atención a su rentabilidad por dividendos y a los resultados de explotación de sus empresas.»
Así pues, qué opináis vosotros sobre este capítulo? Me parece tremendamente relevante que ya muchos años atrás se hablase sobre lo que hoy en día concebimos como «behavioral finance».